Cada noche me meto en la cama después de haber dejado entreabiertas las dos puertas de mi armario. Me tapo con el edredón, de modo que sólo asoma mi nariz y apago la luz con el firme convencimiento de que esta noche lo lograré. Seré capaz de vencer mis miedos y podré resistir sin levantarme a cerrar esos dos gigantescos ojos que me observan fijamente.
Inmóvil, comienzo a sudar; cuento hasta diez, no, mejor hasta veinte; de un salto me planto frente al armario y echo la llave. Respiro tranquila. Ya puedo dormir plácidamente.