miércoles, 9 de abril de 2008

Aromas

Estamos tan pendientes de lo que recibimos a través de la vista, que con frecuencia nos olvidamos del resto de sentidos. Comemos con los ojos, bebemos con los ojos, incluso olemos con los ojos. Sí, olemos con ellos porque si el continente es bonito, agradable a la vista, damos por supuesto que su aroma no puede ser menos. Pero si pruebas simplemente a cerrar los ojos y dejarnos llevar por un aroma, podemos hasta paladearlo. Todos los demás sentidos se agudizan cuando nos vemos privados de uno de ellos.
Siento especial sensibilidad olfativa. Me resulta fácil retener olores e identificarlos, es más, me gusta "olfatear". Puede sonar raro, pero es así. Los aromas se cuelan sin dificultad en mi nariz y enraizan. Quizás el hecho de que el olfato sea el sentido más fuerte que posee el ser humano al nacer puesto que es así como somos capaces de reconocer a nuestra madre (u otra figura de apego), haya contribuido a que, para mí, el poder disfrutar de un buen aroma sea prioritario. Aunque reconozco los inconvenientes. Del mismo modo que mis pituitarias reconocen con facilidad lo bueno, interiorizan con extremada rapidez (más de la deseada) todo aquello que apesta. No soporto el olor a sudor marchito que invade las habitaciones de ciertos lugares o el olor a una piel que no se lava unida a la ropa que ha seguido el mismo camino a lo largo del tiempo y se te pone delante en la cola del supermercado; se torna tan insoportable que no puedo resistirlo, hasta el punto de provocarme vómitos. ¿Exagerada? No, simplemente, extremadamente sensible a los olores.

Pero mi cerebro conserva intacto el aroma a las tostadas que mi madre se preparaba cada mañana cuando yo era niña o ese olor a "torreznos" que mi padre y yo compartíamos las mañanas de los domingos. Hoy me suena a sacrilegio, yo que no como carne; pero jamás olvidaré el placer del olor a ese tocino frito junto con el deleite de saborearlo. Un domingo sin torreznos para desayunar, no era domingo.
¿Cómo olvidar el olor a las galletas de mantequilla que mi madre, con mi ayuda, horneaba en la cocina de carbón? Sería imposible olvidarme del olor de la leche condensada que mi hermano me dejaba probar y que acto seguido absorbía de el tubo sin dejar una sola gota mientras yo lo observaba atónita porque me parecía magia. El olor a bizcocho de nata que también mi madre hacía después de guardar durante días la nata de la leche y que se empecinaba en esconder si se iba a algún lado porque con sólo olfatear, mi hermano lo encontraba allá donde lo guardase. Creo que se convirtió en un juego entre ellos dos.

El olor a leche recién ordeñada que mi vecina nos vendía y que me encantaba ver cómo sacaba con unos medidores metálicos de una enorme cacerola que tenía sobre la mesa, poniéndola en la lechera, mientras yo la miraba embobada deseando poder meter mis manos en ese inmenso lago blanco.

Recuerdo perfectamente a qué olía mi abuela, ella que me tejía los calcetines para el invierno y que me peinaba despacio el pelo mojado cuando íbamos a su casa. Ella poseía un olor peculiar, difícil de describir...ese olor a lucha, sufrimiento y trabajo que la envolvía en un aroma mezcla entre el agrio de los quesos o la cuajada que siempre nos tenía guardada, y el dulce penetrante de maderas de oriente.
Esos aromas son los que me rodeaban y son los que conservo...ojalá pudiese recuperar alguno de ellos.

3 comentarios:

Víctor dijo...

Sí que es cierto que hay aromas muy metidos dentro de uno. El olor del aceite recio con el que antes se hacían las cosas y que tengo muy dentro de mi. O del pan recién horneado que compraba con mi abuela en la cooperativa de su pueblo...

De todas formas, las papilas gustativas (y olfativas) son, como dices, selectivas, y yo las tengo más desarrolladas para los olores malos. Soy capaz de percibir antes que nadie los malos olores, los defectos olfativos de las cosas, frente a los buenos.

Y tengo más desarrollado el sentido del olfato y la memoria olfativa que la gustativa. Es una cosa que aprecio cuando cato vinos y que me da mucha rabia, porque constato mi poca retención con los sabores... y me jode.

Gracias por tus reflexiones sobre este tema.

Y cambiando de asunto, si te apetece, mira aquí: http://solaris31.blogspot.com/

Sé indulgente, acabo de empezar y ando mal de tiempo, pero quiero que ese sea un rincón íntimo, anónimo, donde compartir pensamientos, miedos, logros, alegrías...

Por cierto, noto, para mejor, la ausencia de algún elemento de tu blog ;-) Gracias.

Un beso, Lullaby.

Buscando el Norte dijo...

ME GUSTA MUCHO ESTE POST... y me traslada a un viaje a los olores de mi infancia... Gracias...

Lullaby dijo...

Gracias a los dos por vuestros comentarios. Simplemente he plasmado el recuerdo "olfativo" de mi niñez.