Muchas veces me he hecho esa pregunta; quizás no soy la única persona en este mundo que se la haga, pero si me pongo a pensar de forma concienzuda en ello llego a conclusiones que no me gustan. Y es que todos vivimos las mismas vidas, somos como la misma historia que se repite una y otra vez, somos ese personaje novelesco recurrente. ¿Pero quienes somos realmente? ¿Llegamos a perder nuestra propia y única identidad?¿Somos lo que en realidad deseamos ser o somos lo que los demás esperan de nosotros que seamos? ¿Nos revelamos ante la norma general o seguimos el camino trazado? Pero, ¿por qué no probamos a meter el pie en la cuneta, a meternos en el charco? ¿Qué puede ocurrir? Quizás unos nos sintamos perdidos y no sepamos hacia dónde dirigirnos, y empapados de realidad nos perdamos de nuevo; otros en cambio descubran su verdadero lugar en el mundo.No todos sentimos la necesidad de nacer para procrear y formar una familia al uso. Recuerdo hace algunos años, cuando dije eso en mi casa y me miraron como a un ser extraño, es más, estoy segura de que mi familia piensa que soy una persona rara, en cuanto a fuera de lo común, quizás porque no siento las necesidades que se me presuponen como mujer. Y yo, prefiero mirar a los ojos.
Dicen que cuando hablamos con alguien y miramos a sus ojos, podemos saber el grado de confianza que tenemos en ella, por el ojo en el que centramos nuestra mirada.
Sea como sea, dentro o fuera de lo trazado, centrando o no la mirada en un ojo determinado, mirar a los ojos del que habla, como si de ellos emanaran las palabras, hace que me sienta diferente, consigue que piense que soy capaz de adentrarme en sus pensamientos a través de sus pupilas.

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